mandag, december 23, 2013

Nunca Cool.

Estoy pisando los treinta y no me gusta el calor.
Nunca me gustó el calor. Siempre preferí el frío. Fui feliz viviendo en lugares del mundo en los que durante el verano la temperatura no supera nunca los 25 grados, el vientito te refresca la cara y el sol te acaricia sin maldad.

Y sin embargo, así sin pensarlo, ayer charlando con M. en mi casa (cuarenta grados de térmica y fernet rebalsado de hielo de por medio, como obliga una tarde en Alta Córdoba) entendí que la razón por la cual no me gusta el calor es porque ya lo tengo todo adentro. Porque, como pensé alguna vez, no soy cool. 
Ojo. No soy cool no porque no quiera. Si no porque simplemente no puedo. No me sale. Nunca fui cool y creo que no tengo la posibilidad de serlo.
Ser cool, además, hoy por hoy me parece horrible.
Me parece una hipocresía gigante.

Será que ya estoy grande, o será que en algún momento de estos casitreinta años me dí cuenta de que ser cool es una pose. Un estado. Un personaje. Y que sostener ese personaje se hace eterno, difícil y al fin de cuentas un poco aburrido.
Lo lindo para mí es ser interesante. Una cualidad que, desde mi punto de vista, la gente cool  no posee. La gente cool es toda igual. Las cosas cool están por todos lados. Lo cool  lo determina ese nicho de objetos/lugares/personas que tratan de estar un paso adelante (o al costado) y que parecen no darse cuenta de que en realidad ese lugar que ocupan y que creen tan especial está, de hecho, fabricado para ellos. El gordo genio del Capitalismo no va a dejar escapar un hueco tan grande. Tu acampe, tu "objeto de diseño", tu música indie, tu rapsodia bohemia, mi amor, dejame que te explique, está diseñada para vos y los miles de clones cool que se llenan la boca de pensamientos liberales y el corazón de sentimientos de lo más conservadores que he visto en mi vida (y me acuerdo de Meryl Streep en The Devil Wears Prada y me río sola).

A mí me da un miedo bárbaro, para que te voy a mentir.
Porque yo, nunca cool, siempre bastante calentita, con tostadas de pan francés y mates a la mañana, con Mercedes Sosa en un cassette que era de mi viejo y la vida como se puede, con mi familia grande y acaloradísima masticando sandía en el patio de la casa de mi mamá, con los amigos que llegan en bicicleta a almorzar tirabuzones con salsa, con las charlas eternas en balcones nuevacordobenses sobre como sería hermoso nadar como nadan los patos, con las tardes de pileta y cámaras de fotos en Alberdi, con el ventilador en la cara para paliar el calor que no me gusta nada... yo, todos los días, me levanto tratando de ser lo más yo misma que puedo. Y éstos haciendo el esfuerzo de ser otro.  Es más, de ser otro para los otros. Y acá estoy, tratando de entender que muchas veces me enfrento con gente cool que solo está tratando de no enfrentarse con sí mismo. Porque su verdadera identidad resulta que no es tan cool ni tan open minded, ni tan buena onda y sí o sí tienen que calzarse la careta. 
No sé. Al final de la charla, M. cierra con un brillante -gente cool ya hay de sobra, imaginate-.
Y yo pienso en lo sabio de mi fondo de pantalla que, bien grande y en mayúsculas blancas sobre fondo negro, dicta:
"al universo, lo cool, le chupa un huevo".

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·Oscar Wilde·

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