tirsdag, maj 29, 2007

E1

A este tipo de frío era al que me refería. De tiritar en la parada del colectivo por cuarenta minutos, y que las luces estén prendidas en todos lados a las ocho menos veinte.
El humito blanco de cada exhalación, los dedos azules, las orejas frías.
Juego con el cospel en el bolsillo del tapado negro, como para distraerme. Veo pasar un colectivo atrás del otro; ya ni registro cual es el que pasó. Finalmente, veo venir el que me toca, y respiro hondo, esperando que adentro de la lata haga menos frío que afuera, a pesar del plástico duro color celeste y el caño despintado.
Lo saludos al señor que me recibe el cospel: me ignora. A pocas cuadras de subirme, se desocupa el asiento. El jean está frío y se me pega en las piernas, tengo que estudiar el libreto porque se me acaba el tiempo, pero me aprieta la cabeza de tantas cosas que me pasaron en esa parada. En la vereda pelada, en los remolinos de viento helado, en la oscuridad.
Se va vaciando el colctivo al mismo tiempo que se vacían las cuadras de edificios altos, aparecen los baldíos, las casitas bajas, los hipermercados. Se vacía el asiento de al lado mío. Me queda un hueco en el costado. Hace rato que lo tengo, en realidad, pero ayer en el colectivo lo sentí por primera vez ahí, sentado al lado mío, en el asiento vacío del E1. Y pensé que me gustaba cuando alguien me acompañaba en la vuelta a mi casa, sobre todo cuando hace frío. Que me gustaba llegar con alguien a mi casa, aunque más no fuera por un ratito.
Pensé que extraño esas cosas, que ya tuve suficiente de viajar sentada sola en el colectivo, acompañada por las ausencias, por los vacíos. Ahí nomás pensé en poner la cabeza en blanco, de vaciar el cerebro para que no apriete tanto, y me dí cuenta de que no podía. Tengo tantas cosas por hacer, tantos planes, tanto trabajo para mí, para lo que quiero, para mi norte. Y de repente, mientras jugaba con las llaves de mi casa para mantener las manos en calor, llegó mi turno de vaciar el asiento.
Así, con la cabeza alborotada, la sensación de vacío en el costado (disminuída) y las laves en la mano, toqué el timbre. De un salto me bajé, y pensé que por eso me gusta el invierno, porque me pone en movimiento, para no sentir los huecos, los vacíos, los dedos azules, las orejas frías.

2 kommentarer:

Anonym sagde ...

wow..


te hago un chocolate caliente?

RockMe TommyBoy sagde ...

Asi es... el invierno te genera "eso" de mover el culo... tanto para no dejarlo pegado en el asiento, como para no quedar estatico y sin objetivo a corto o largo plazo.

Brindo por eso. Ah no, se me congelo el trago. Mejor un cafe.

I am not young enough to know everything.
·Oscar Wilde·

Soy Fotógrafa.

Ya fue