Reset.

Sentada en la vereda de Ezeiza me dije en voz alta: Va a ser duro negrita, más que las otras veces. Pero así tiene que ser.
Después me sequé las lágrimas con el dedo pulgar, agarré la fibra negra y el anotador de 6 pesos que me acababa de comprar y escribí un par de oraciones largas acerca de mi desdicha de recién llegada.
Esperé mi cuarto y último avión. Terminé uno de los libros que me había comprado en el primer aeropuerto el día anterior. Me tomé un vaso enorme de coca cola y lloré por última vez. Decidí que iba a ser la última vez.
Llegué a mi casa y me empapé de amor. Así cursi como te lo digo, me empapé. El amor venía de todos lados y en todas las formas, hasta más allá del oceáno en forma de bytes. Mi voz rebota en un myspace y es rarísimo.
Llegué a mi casa y el naranjo que está al lado de mi ventana estallaba de flores blancas. Llegué a mi casa y compré mandarinas super dulces. Llegué a mi casa y arreglé mi bicicleta amarilla, trasladé mi felicidad danesa al medio de la Argentina.

No se puede estar triste por mucho tiempo en Córdoba.
Por ahora, sobrevivo.