torsdag, februar 15, 2007

Jump.

Cuando uno llega a Salta, se apuna primero, bosteza por las 12 horas arriba del colectivo después, y cuando se estira para sacarse el sueño de encima, llega a pispear por la ventana de al lado. Ahí empieza el viaje, porque Salta es lindo desde la entrada.
Hace falta llegar a la terminal (que está nuevita y limpita) para que ya estés con la boca abierta, los ojos aún más abiertos y el cuerpo (a pesar del cansancio) lleno de ganas de bajarse ya a comerse a la ciudad a zancadas.
Al Monumento a Güemes, dicen por ahí, y haciá allá nos dirigimos. El pasto verde, la mole de metal sumamente imponente, y una vista que no podés creer. Cerrás los ojos por un ratito para darle la posibilidad a los otros sentidos y se te mete de prepo el olor a lluvia en la nariz. Como todavía chispea, sentís gotitas de frío sobre los hombros, porque a pesar del clima, estás de musculosa.
Después de comer humita en chala, tamales y empanadas (en ese orden), uno se va a dar una vuelta por la plaza, y como quien no quiere la cosa uno termina adentro de una Catedral de cúpulas altas y ostentosas, llena de galerías abiertas a patios internos repletos de plantas. De más está decir que la gente en Salta es maravillosa. Se ríe, trabaja, se junta, pasea, se besa, se pelea... como en todos lados, pero con cantito del norte.
De a ratos, Salta se pone gris, y aunque está triste, sigue siendo linda. Uno se mete a un cafecito, se pide un macciatto como en los viejos tiempos en otros continentes, y se dedica a mirar. Al rato, pasa la llovizna y uno recuerda que la garganta aprieta, porque no siempre es recomendable ir a Salta de ojotas y pollera azul. Entonces uno sale a dar una vuelta, y decide comprarle a esa señora del puesto del parque un pantalón rayado (rallado) color bordó, que le queda ancho y es más calentito.
Uno decide entonces, caminar hasta la terminal, por más de que sean veinte cuadras, o veinticinco. No importa. Mientras camina va escuchando música por todos lados, y el recorrido es más colorido que lo que ya sucedió... por ende una vez instalado en el colectivo de vuelta uno hace miles de planes para volver, porque Salta es demasiado bonita para pasar solo unas horas. Ella merece más.

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·Oscar Wilde·

Soy Fotógrafa.

Ya fue