fredag, november 10, 2006

Trenes

Me levante una mañana de mucho frio y viento, hara más o menos un mes... y me tomé el primer tren de varios que vendrían después.
Había armado una mochila con poco más de lo indispensable (que más tarde sería muy pequeña, pero eso nunca lo supuse), y había dormido mucho menos de lo indispensable, gracias a que la noche anterior la pasé sentada en una ventana de un teatro, con un velo blanco, gritandole a la gente que caminaba de vuelta a su casa o de un boliche a otro.

Ese primer tren me llevó al primer destino planeado... Me llevó dormida por seis horas a un lugar que me sorprendió de arriba a abajo; que me mostro una pared en varios lugares distintos y que todavía no se puede desprender de su olor a posguerra; que está conectado por más trenes y más trenes, en los que recorríamos hasta los lugares más insólitos buscando boliches cerrados; que me hizo llorar lagrimas con gusto a tierra en un campo de concentración, y lágrimas con gusto a sal en una plaza que esta llena de piedras grises de tamaños impredecibles. Me llevó a caminar por encima de una linea dibujada con ladrillos por toda la ciudad, a jugar a que caminaba por encima de un muro... de ese muro...

Una semana más tarde y ya con un par de cosas más en la mochila, me tomé el segundo tren que me depositó cerca de una ciudad toda atravezada por el agua... llena de canales, puentes, ventanas con tubos rojos fluorescentas (you don't have tu put on the red light) y barcitos con lugares para fumar. Dormí en una casa de muchos pisos que me hacía acordar al teatro, y dormí en un camarote ínfimo de un barco... salí a bailar a un boliche al que no le daba ni dos mangos, me subi a una torre altísima desde la que vi todo Rotterdam, estuve en el pueblo de la Princesa esa que se la tira de co-terranea, y bueno... been there, done that.

Hasta que me tomé el penúltimo tren.
Este me llevó hasta un puerto, que me obligó a animarme a viajar por primera vez en barco. Todo sea por escucharlos hablar, por tomar el té a las cinco y ver el bendito cambio de guardia.
Estaba esperando ese momento desde que tenía trece... asi que sí, me subi al barquito, me marée un poco y después me tomé el último tren.
Pero ahí estaba; Liverpool Station era toda mía, mind the gap y todo. Vi todo lo que había para ver, y un poquito más. Lloré lo debido en los lugares indicados, y me dí el lujo de además acostarme en las escalinatas de St. Pauls.
Me acostumbré a los bomberos y a Pret, a los mercados de pulgas y a cargar papeles que vaya a saber a donde iran a parar... a que se hiciera de noche temprano, a tomar el subte para ir a cualquier lado.

Aprendí a adorar los trenes... en trenes dormí, cebé mate, comí, saqué fotos, me reí, lloré, me crucé con miles de (im)posibles amores de mi vida, con gente que viajaba cargada, con gente que viajaba por trabajo, con inspectores y con ilegales. Armé y desarmé mochilas y bolsitas en trenes. Leí revistas en idiomas que no entendía y desplegué grandes mapas armando incontables recorridos... miré pasar campos y ciudades, todos diferentes.

Y al último me hubiera tomado un tren para volver a Kbh, pero se ve que había mucho mar en el medio... aunque si se podía, lo hacía, eh? Te lo juro.

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Ya fue